ECONOMÍA

Ya hay que hablar del posmacrismo

Ya hay que hablar del posmacrismo

Por Eduardo Aliverti – 

Recesión más inflación más devaluación más demolición de cualquier esperanza reactivadora, en el orden que se quiera, es igual a cuadernos Gloria.

Es la guerra jurídica. El lawfare. Necesita de jueces, concentración mediática, periodistas comprados y una parte representativa o significativa de la sociedad que pueda adquirir casi todo lo que le vendan.

El macrismo anda en eso como jugada última, porque se le extinguieron todos los globos.

Cuando hace unos días, en Casa de Gobierno, apurado, Macri contestó “tranquilos, no pasa nada”, mientras otro respingo del dólar hacía crecer la devaluación monumental que bajo su mando nunca ocurriría, se pintó de cuerpo entero. Unas horas después, advertido de que debía enmendarse, quiso corregirse y dijo que sabe de la situación de los pobres porque él los “visita”.

La primerísima observación es el carácter humillatorio de la frase ante los efectos devastadores que el tipo de cambio produce en la inflación, ese problema que según las promesas de campaña se arreglaba en dos patadas.

Macri podrá ser un ignorante en variados aspectos. El más ostensible es ese vacío cultural que ni siquiera le permite producir algunas oraciones de corrido con sujeto, verbo, predicado y volumen superador del libreto que le escriben. Pero no desconoce de ninguna manera el abc de la relación entre el dólar y los precios que sufren las grandes mayorías. Sencillamente, la vida en su burbuja no le habilita que, al menos, manifieste una sensibilidad indispensable.

Es el Presidente, no un comentarista. Debe ser y parecer, por respeto a quienes sufren lo que, para el caso, no importa si es resultado de sus políticas, de la crisis turca o de la pesada herencia.

Sólo cuenta la racionalidad de que corren atrás del dólar, tratando de frenarlo con unas tasas de interés escalofriantes que retroalimentan la recesión sin, a su vez, controlar la inflación.

Supóngase que ese explosivo perfecto está predeterminado por los saqueadores de la alianza gubernamental, cuya gula se satisface a manos multiplicadas gracias al festival de bonos y dólares siempre dispuestos por el Banco Central comandado por un mesadinerista. Aun así, no se altera la lógica de quiénes son los que padecen la bomba.

Y si, además de eso, el jefe de Estado los ningunea, ya hablamos de perversión.

Que nada de esta bestial transferencia de ingresos hacia los más ricos sea consecuencia de errores estructurales, sino justamente de lo contrario, es una hipótesis extendida en todas las áreas del pensamiento progre. Para algunos no hay dudas. Y para otros es la única deducción posible porque, de lo contrario, no hay forma de comprender que pueda juntarse semejante cantidad y calidad de ineptos.

Se trataría del gran acierto de una gestión que gobierna a nombre exclusivo de su clase y, todavía, de la tilinguería o candidez fluctuante.

Todas y todos, ejecutantes de haber creído –y seguir creyendo, vaya a saberse cuánto con cuáles potencia y proyección o retroceso– que arribaron carmelitas descalzas u óptimas, para salvar al país de la pesadilla delictiva kirchnerista.

No les falta razón objetiva a quienes piensan en eso: en la secuela buscada, más que inevitable.

Basta sacar la cuenta de la depreciación en dólares del ingreso asalariado, que era y es la exigencia de las multinacionales y empresas locales ligadas al sector externo. Sin embargo, hay el pequeño detalle de que ni así pueden mejicanizar o brasileñizar graciosamente. Argentina dispone de una base sindicalizada importante, de paritarias que mal que mal le pelean a la puja distributiva y de una resistencia social que, aunque no tenga expresión política firme, se las arregla para poner (algunos, muchos) límites.

Basta también con entender la brutalidad de los tarifazos como la dolarización ganancial de los holdings ligados al esquema de negocios corporativo-presidenciales.

Son las tarifas que van acercándose al valor internacional en dólares, pero tranquilos que no pasa nada.

Es a cambio de que ya van a llover las inversiones, con el otro pequeño detalle de una economía recesiva y productora de cierres masivos de pymes que no pueden afrontar los costos, de gente que no consume, de plata que no circula porque es gente que se recorta, pierde el trabajo o la changa, y entonces la economía ni tan apenas genera los dólares para sostenerse porque encima a este esquema improductivo el mundo de los amigos ya no le presta nada, y lo que le prestara se usa para seguir endeudándose y así de continuo hasta que, claro, ya hablan de default los propios del macrismo que lo corren por la derecha porque no ajusta lo suficiente.

¿Pero cuánto más ajuste, en este país que, si se quiebran las expectativas y el bolsillo de la clase media, tiene el antecedente de 2001? ¿Cierra con represión? ¿Cuánta? ¿En dónde? ¿O acaso son lo mismo la lejanía jujeña que es laboratorio de venganza racial y bastardeo de garantías judiciales contra Milagro Sala, las balaceras contra estatales neuquinos, los gendarmes en Chubut, los despachados a Río III, la detención arbitraria de manifestantes en Plaza de Mayo, que largar uniformados y servicios para vigilar y gasear qué reacción que se amplificara?

Acá no se disciplina así nomás. No somos Chile. Una cosa es reprimir en focos de bronca protegidos por el muro mediático, y otra muy distinta hacerlo a mansalva en las urbes con capacidad de contestación activa y callejera. Más, y sobre todo, cuando el Gobierno ya no consigue adhesión. ¿Con qué re-entusiasmaría, para reforzar preguntas imprescindibles? ¿Con la reducción del déficit fiscal? ¿Con las fotocopias de cuadernos y el sainete de los arrepentidos?

Puede ser. No hay que descartarlo. Pero cuando los voceros macristas empiezan a lanzar el adelantamiento de las elecciones como idea que, por ahora, califican de afiebrada, es porque ya creen que la última carta puede radicar en refrendarse a través de Yo o Ella antes del tiempo electoral fijado.

En esa especulación, el espectáculo de los Gloria tiene el riesgo de lo burdo y de complicar a un club de la obra pública del que la famiglia Macri es principal beneficiada desde la dictadura. Pero serviría para entregarse a que, entre la desconfianza y desasosiego generales, queda un resto capaz de imponer preferencias zoológicas. El gato antes que la yegua.

Son conjeturas que, para la velocidad de la crisis, pueden desaparecer de la noche a la mañana. El Gobierno está sustentado en un modelo de endeudamiento externo que ya se terminó.

Debe comenzar a debatirse sobre el posmacrismo, aun cuando este desastre fuese ratificado en urnas fijas o adelantadas. A hoy, las perspectivas son otro default, una renegociación con el FMI que implique más ajuste sin garantías de tolerancia social o una salida política negociada que involucre al peronismo opoficialista. Pero el modelo sostenido por la beneficencia o comprensión externas se acabó. No dan los números de la sangría de reservas.

Que están robándose todo como acción pre-establecida es igual de cierto que la renovada incapacidad de la elite para asegurar un proyecto oligárquico. Una derecha lúcida garantizaría los negociados, pero no a costa de arriesgar y hasta sacrificar su propia gobernabilidad.

Otra vez empate, como a lo largo de toda la historia argentina, entre esa característica de la clase dominante que no sabe dirigir y la incapacidad de los modelos populares para asentarse a plazos largos.

Es una realidad orgánica que no sirve de consuelo para quienes, en cada crisis, terminan perdiendo. De hecho, es lo que sucede.

Simplemente quiere decir que se sigue en disputa. No hay optimismo ni derrota segura del campo popular, desde aquellos pueden verlo sin la angustia de cómo arreglárselas cotidianamente.

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