Por Mauro Alvez –
Miercoles 9 de diciembre de 2015, pasaron algunos días y pude asimilar la derrota que sufrimos en el ballotage. Aguanté todas y cada una de las cargadas e insultos que mis compañeros trabajadores bancarios me hacían sobre la derrota del populismo y todos esbozaban el “no vuelven más”. Entendí que, sociológicamente, este país todo lo interpreta como un Boca-River y, un ballotage entre la derecha y el peronismo era un reversionamiento de estos enfrentamientos entre rivales. Lo acepté y me tragué las respuestas, porque ¿Que voy a ganar pidiéndole peras al olmo?. Hoy, salí de trabajar en la Sucursal 526 – Avenida Córdoba del Banco Macro y me fui a la plaza del pueblo, a despedir una era que ya está en las páginas doradas de los libros de historia. No la de los historiadores, sino el manual “La historia de los Pueblos”, escrito a puño y letra por el soberano, vox populi vox dei decían por ahí.
Llegué a la plaza y había muchísimas personas como yo, que salieron de sus trabajos y fueron a abrazar a su líder, a su dirigente, que se despedía de un pueblo que jamás la dejó ni la dejará sola. Estuve todo el acto abrazado a un pibe de la UOCRA, que me convidaba de un “viajero” un refrescante vino con gaseosa. Yo de traje y corbata, el en bermudas y sin remera, eso es, también, peronismo. Igualar.
Cristina salió, se despidió y el pueblo se fue en paz, pero sin olvidar y con la memoria como estandarte para los próximos años. Me dije a mi mismo “En 4 años voy a volver a esta plaza para recibirla nuevamente”.
Yo, en cambio, el 10 de diciembre me desperté y me fui a trabajar pese a todos los conflictos que había para moverse en CABA ese día. Recuerdo llegar muy temprano a la sucursal y en forma de chiste, con el gerente, un gran compañero, hacíamos chistes con el cartel electrónico del dolar. Y lo llevamos de 9.70 a 33 y todos nos reíamos porque nos parecía un disparate. Quién se hubiese imaginado que el dolar iba a estar, al cierre del peor gobierno de la historia, pasando los 63.
A eso de las 16 hs, terminé en la sala de urgencias del Sanatorio Suizo Argentino, un extraño malestar me hizo ir desesperado a ese lugar, comenzaba una lucha personal muy grande y era este trastorno de ansiedad al que le vengo cagando a palos. Quizás era una premonición o simplemente una mera coincidencia, el día que asumía aquel que no puede ser nombrado, tuve mi primer ataque de pánico.
Lo demás, ya lo sabemos y lo sufrimos todos. Tarifazos, complicaciones económicas, crisis, recesión, inflación. Nos dieron por todos lados. Yo, empleado bancario con todos los beneficios económicos que tenía, era difícil poder llegar a fin de mes. Me afligía mucho pensar las otras familias con menos ingresos per cápita, como hacían para subsistir. Eso también es peronismo, solidaridad.
En 2017 me quedé sin trabajo, como millones de argentinos. Tuve que vivir de prestado hasta conseguir otro trabajo a los 6 meses de búsqueda. Si yo, joven de 22 años no podía encontrar trabajo, no me imaginaba como estaban quienes habian perdido sus fuentes laborales y tenían 50, 55, 60.
De repente, en 2019 apareció nuevamente ella, pese a que desde 2017 era senadora, fue en este año en el cual ella tomó las riendas políticas del país y decidió unificar al peronismo. ¿Como lo hizo? Con el acto de humildad política más grande de todos los tiempos.
Alberto y Cristina ganaron en primera vuelta y ambos presidirán el país a partir de hoy. Y, tal cual me lo había prometido a mi mismo, estuve y pude cumplir mi promesa que me hice hace largos, duros y penosos 4 años atrás.
La plaza, sin vallas, con mucho cuero, agua, transpiración, alegría, emoción, fue el epicentro de la receta de la felicidad. Allí estábamos 600 mil personas, que lo único que hacíamos era festejar y honrar a nuestra democracia. 600 mil personas y ningún policía, ningún conflicto, ningún herido. Vox populi, vox dei.
Hoy, 11 de diciembre de 2019, los “nadies” de Galeano y los “menos” de Zapata, los “descamisados” de Eva, vuelven a tener nombre, apellido, atributos y derechos. Hoy los únicos privilegiados de la patria vuelven a ser los vulnerables, hoy el hambre nos vuelve a dar vergüenza, la desigualdad rabia y la injusticia, pena. Hoy nace una nueva era, con vestigios de la historia.
La historia no nos juzgará por afuera, como un inmenso panteón desconocido y ajeno. La historia somos nosotros, en nuestros pequeños aciertos y desaciertos cotidianos. En nuestras grandes gestas y sueños. En la palabra de lo que somos. En lo que aprendemos de los momentos difíciles. La historia estuvo, una vez más, amasada en nuestras manos. Estuvimos firmes y dignos, sabiendo que los procesos de emancipación tienen avances, retrocesos, esperas.
Eso es difícil de ver para las generaciones nuevas, más sensibles al puro presente. También para las más viejas, porque el crepúsculo tiene sus urgencias. Por eso es maravilloso del abrazo: nos hace sentir que corremos juntos por un mismo río que no empezó con nosotros, y que no termina nada un solo día.
Una pared de rosario, ciudad del río, en diciembre de 2015 rezaba “abrazame hasta que vuelva cristina”
Yo, por mi parte, abracé a una compañera y pensé “Ya nos podemos dejar de abrazar, porque volvió Cristina”.
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