OPINIÓN

No es lo mismo que la derecha

No es lo mismo que la derecha

Por Eduardo Aliverti – 

En la escena general del país hay, por lo menos y cada vez más acentuados, dos grandes bloques temáticos.

Uno se relaciona con el clima político propiamente dicho. El otro, con las perspectivas de la economía.

En torno de lo primero, la temperatura es de violencia. Verbal, pero violenta. Amenazas, escraches, listas.

Una advertencia que es obviedad. Prenderse a medir quién tiene más largo el denuncismo no le dará réditos al denuncismo progre.

Pongámonos de acuerdo. Si por un lado se inculpa que hay medios de comunicación hegemónicos o dominantes, con todas las baterías vencedoras al servicio de enchastrar gente, y de su discurso de odio, por el otro no tiene sentido querer competirle a su capacidad de enchastre. Eso no significa renunciar, ni nada que se le parezca, al profesionalismo de la data periodística.

Luego, la semana dejó inquietudes merecedoras de análisis no electrizados. Tienen otra densidad. Hablamos, siempre, del micromundo ultrapolitizado.

Es muy llamativo que haya sido la señal televisiva de Mauricio Macri el lugar desde donde partieron señalamientos, específicos, sobre andanzas de cambiemitas ligadas a narcotráfico y alrededores.

Una lectura simplista sugeriría que todo arrancó con el ventilador de materia fecal, interna, prendido por Elisa Carrió.

Ella admitió haber hablado con el conocimiento de Macri y éste ni siquiera se preocupó por esbozar una desmentida, de modo que cerraría como táctica del macrismo para horadar al alcalde Larreta. O bien, al conjunto del “palomar” que pretendería alianzas con sectores o individualidades “peronistas”. Un Schiaretti o una cosa de ésas, como si no se supiera que forman parte, hace rato, del dispositivo cambiemita esencial.

En todo caso, queda desnudo que se trata de especulaciones personales y, nunca, de disputas ideológicas.

El análisis de que La Nación + habilitó alegre y doblemente semejante imputación contra Cristian Ritondo se complica al tomar nota de que el diputado es precandidato a la gobernación bonaerense, como ariete de Macri contra el precandidato larretista Diego Santilli (quien supo ser avalado por María Eugenia Vidal. Ahora, Mariu parece haber descubierto que le conviene volver a adherirse a Macri porque pegarían mejor las bravatas halconeras, y no el aguanchetismo de un Larreta que no acaba de acertar dónde ponerse).

¿La señal televisiva de Macri carpetea a Ritondo, hombre del patrón en la provincia de Buenos Aires?

Vaya delicias del periodismo independiente.

Como -se supone- a nadie en su sano juicio puede ocurrírsele que alguno de estos actores del Pro orina agua bendita, sería adecuado apuntar a conjeturas un tanto más complejas. O, quizá, más simples.

Un dato concreto, no una inferencia, es que el empoderamiento de Sergio Massa provocó cierto terremoto en la derecha, porque Massa es lo más a la derecha que hay en el Frente de Todos.

Que lo nieguen, si no, las referencias militantes, simpatizantes, intelectuales, periodísticas, o lo que fuere, que hoy -como Cristina, sin ir más lejos- se ven en figurillas para aceptar y solventar tamaña circunstancia.

¿Qué aspecto profundamente diferencial separa lo que Massa intenta producir de lo que, en una coyuntura como ésta, haría un gobierno de derechas en lo económico-financiero?

Se subraya eso, porque debería estar claro que una derecha explícita, gobernante, desataría -entre otras tantas acciones- mecanismos de represión callejera, territorial, que afortunadamente al FdT le están vedados. Y esto último se cumple a rajatabla.

Después: tarifazo en los servicios públicos hasta que se demuestre lo contrario, enunciado como “recomposición” en reemplazo de “ajuste” como palabra prohibida.

Y diálogo y más diálogo con los protagonistas de las reservas monetarias para que, por favor, tiren un hueso. Pongámosle, eso sí, que en un gobierno de conservadurismo brutal no habría, ni apenas, pedidos de socorro: les darían cuanto exijan, como ya lo hicieron.

Ortodoxia en las cuentas públicas. Congelamiento en las plantillas del Estado. Ni un peso más en lo que resta del año para financiar partidas ministeriales, pese a que la inflación se comió las previsiones presupuestarias. Etcétera.

¿Cómo hace la derecha en condiciones reales de gobernar para oponerse a ese paquete?

No puede o, mejor dicho, no está sabiendo.

Massa les genera un desafío mayúsculo.

Esa suerte de primer ministro de facto es la imagen de excelentes relaciones con La Embajada, de contactos estrechos en Wall Street, de amistad con “el campo”. Todo tan real como supuesto, aunque parezcan términos contradictorios.

La pintura es que Massa representa a una estrella del establishment. Puesto en función ejecutiva, deberá demostrar que debajo de la cáscara no hay, más bien y gracias a la seducción comunicacional de que dispone, venta de humo.

Como fuese, pintó bardo en esa derecha que rogaba radicalización cristinista y no moderación frentetodista con el aval de la propia Cristina.

Es desde ahí que, sumado a las ambiciones personales cambiemitas que hacen cruzar a sus unos con sus otros, la oposición tiene un problema aumentado.

¿Qué harían si a Massa y, por ende, al FdT, les va bien con su programa de ajuste que hacia el próximo año eleccionario podría reprimir la inflación, con un abajo y medio-abajo estabilizado en el empobrecimiento, pero estabilizado al fin, y un medio-arriba de sectores formales que aprovecharían la recuperación económica macro?

Sólo conjeturas, debe insistirse.

Por el momento, no está para nada claro que a la coalición gobernante pueda alcanzarle con ir tirando a través de los grandes números de las divisas. Más que se puedan redibujar los números con el FMI. Más que se irá el frío y disminuirán las importaciones de gas.

Menos que menos está claro qué reacción social podría haber cuando lleguen las facturas de servicios públicos: según coincidencia generalizada de los especialistas de todo color y pelaje, la trompada será mucho más ruda que lo planteado por Martín Guzmán (caramba con la parajoda: terminaron de bombardearlo -y esto es al margen de su execrable renuncia- por el rechazo a lo antipopular e impracticable de la segmentación tarifaria que proponía).

Pero, frente a la sola probabilidad de que sucediera el éxito massista, la oposición queda dividida en cuanto a cómo proceder.

De ahí es que acontecen episodios insólitos como el registrado en el house organ macrista, aunque también pueda deberse a mostrar que tienen carpetas para todo (Massa incluido). Y que más les conviene dedicarse exclusivamente al basureo con las causas de Vialidad, para perseguir a CFK sin prueba alguna sostenible, y de Milagro Sala.

Mientras tanto, en los recintos oficiales, peronistas, progresistas (lo que se prefiera), conviven dos impresiones.

Una consiste en que apoyar a Massa es infumable. Tiene su cuota de razón.

La otra es que, aun así, continúa habiendo síntomas no de ofensiva, pero sí de resistencia, que impiden el viva la pepa definitivo del poder real. Tiene su cuota de razón.

Hasta la impávida manifestación cegetista, que no tuvo ni palco ni oradores ni documento salvo por los agremiados al sindicato de Pablo Moyano, quien después reconoció que “Cristina no le encuentra la vuelta”; esa marcha de la que jamás se supo ni en qué sitio juntarse para ir hacia dónde a favor o en contra de quiénes, demostró tensiones que dejan espacio para que en el Gobierno se siga disputando.

Hay pelea en torno de qué se acepta y qué no, porque todavía no se corrieron todos los límites. Hay pelea sobre los posicionamientos en la región y mucho más allá también. Hay pelea en derredor de cómo y para qué habría tal o cual devaluación monetaria. Hay pelea sobre el gasto social.

Así sea que se va perdiendo, hay pelea.

Quedó dicho que no será de las épicas, tanto como que no hay otro tiempo que el que nos ha tocado.

Quienes piensan que esto es lo mismo que estar gobernados directamente por la derecha serán, muy probablemente, los mismos que cuando gobierne la derecha se preguntarán cómo no nos dimos cuenta de que no era lo mismo.

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