Por Hugo Link –
Hace pocos minutos falleció Osvaldo Bayer. Era un hombre muy mayor y estaba gravemente enfermo hacía un tiempo largo, sin embargo la tristeza y la sensación de pérdida son enormes, porque no tengo duda alguna de que era alguien único, y su partida equivale literalmente a la extinción de una especie, en su carácter de portador casi único de un testimonio que arranca del olvido y las sombras a una pléyade de sufridos luchadores cuyo ejemplo tal vez ahora se diluya inexorablemente.
A principio de los 70 alguien me regaló “Severino di Giovanni, el idealista de la violencia”, el primer libro importante de Bayer. Yo tenía 16 o 17 años, y aunque no era precisamente un ignorante en materia política, tenía la misma visión refractaria del anarquismo que casi todo el mundo y, por supuesto, el mismo desconocimiento. Leí el libro en no mas de 3 o 4 días. Aunque era chico entendí rápidamente el sentido de la lucha de los entrañables ácratas, su desamparo, su monumental sentido de la fraternidad, y su irrenunciable amor a la vida. Severino era un anarquista expropiador, una rama de esa idea que había adoptado la violencia como herramienta excluyente de la lucha, un personaje desesperado que terminó sumergido en muertes inútiles e injustas. Bayer fue siempre un pacifista, pero era necesario entender a Severino para reconocer el martirio de los excluidos, aunque uno no comparta sus formas.
En aquella época yo iba todos los días a la sede que Comunicaciones tenía en Las Heras y Malabia, y pasaba con el 37 frente al parque Las Heras, que era en aquel entonces un enorme descampado al que se identificaba como “La Penitenciaría”, porque alli había estado hasta mediados de los 60 una carcel. Entre tantas revelaciones y enseñanzas que ese libro me dejó, la más impactante fue saber que todos los días pasaba, de ida y vuelta, por el lugar donde fueron fusilados Severino y su alter ego y principal seguidor, Paulino Scarfó.
El libro cambió en forma abrupta mi forma de ver el mundo, las correctas ubicaciones del bien y el mal, y me dio un sentido de lo justo y lo injusto que hasta el día de hoy me contagia cierto escepticismo sobre lo que podemos esperar de líderes, referentes, dirigentes, etc.
Un par de años después llegó “Los vengadores de la Patagonia Trágica”, después rebautizada “La Patagonia rebelde” por la huella fenomenal que dejó la película. Si me faltaba algo para terminar de entender quienes eran los verdaderos héroes, las páginas de esta obra monumental me lo dieron, y supongo que a muchos otros también.
El esfuerzo, la valentía, la coherencia y el corazón de Bayer rescataron del más ominoso de los silencios a los obreros y peones rurales masacrados en las huelgas patagónicas de 1920 y 1921. Conocimos luchadores increíbles como el gallego Soto, José Font (Facón Grande) Outerello, el alemán Schultz, etc.
Nos enteramos hace 45 años del papel siniestro que les cupo en estos crímenes a los dueños de la Anónima más de 50 años antes de la aparición del libro, y por que no decir que la firma existe hoy, y que sus dueños también son Braun, como hace casi 100 años.
Después vino “La Rosales”, minucioso relato de Bayer sobre el naufragio de este buque en el Río de la Plata, en el que los caballerosos y aristocráticos oficiales de la Armada Nacional “premiaron” el esfuerzo de los peones foguistas con ron, para poder emborracharlos y que no fueran competencia en el acceso a los botes, que no alcanzaban para todos.
Siempre soñé con encontrarme un día con Bayer, darle la mano, decirle que lo admiraba profundamente, que de casi nadie había aprendido tanto como de él. Y estuve cerca varias veces, pero nunca me animé.
Pero un día sucedió. Bayer siempre había dicho que hubiera querido terminar la película con una referencia al único episodio de repudio hacia los militares que hubo en San Cruz después de los 1500 fusilamientos. Sus protagonistas fueron las prostitutas de un triste burdel de San Julián, que aun siendo los seres más desprotegidos y despreciados de la ciudad, se negaron explicitamente a atender a los soldados del 10mo. de Caballería, porque “ellas no se acostaban con asesinos”. Fueron encarceladas, golpeadas, violadas, y las que eran extranjeras expulsadas del país. No pudo ser. Los militares advirtieron que no iban a permitir el estreno de la película con éste final.
En 2013 se estrenó en el Cervantes la obra “Las putas de San Julian”, que relata este episodio. Bayer hacía de si mismo en la puesta, y al final saludaba pacientemente a todos los que quisieran hacerlo. Mi emoción me desbordó totalmente. Debo haber llorado desde los primeros 10 minutos de la obra. No pude decirle una palabra, solamente abrazarlo y darle un beso.
Adiós querido maestro, ejemplo de talento, voluntad y decencia. Adiós Bayer, historiador de los vencidos a quienes dio rostros, palabras, e imagen.
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