OPINIÓN

¿Son todos lo mismo?

¿Son todos lo mismo?

Por Eduardo Aliverti – 

La sucesión de escándalos en el frente de derechas, y lo mucho que parece caer el personaje indescriptible creado por el universo mediático, pueden ser una trampa de falso optimismo en la coalición oficialista. Eso no significa que Unión por la Patria carezca de motivos para volver a sentir alguna confianza.

Tampoco se trata de ser jactancioso y creer que ya no hay lugar para la capacidad de asombro.

Debería verse, por ejemplo, si hay antecedentes de una competencia interna en la que una precandidata a gobernadora (Carolina Losada, del Pro, quien va por Santa Fe pero vive en Nordelta con la aclaración, eso sí, de que si es elegida se radicará en la provincia) acusa a su aliado radical y contendiente, Maximiliano Pullaro, de ser un cómplice narco con muertos en el placard.

Un fenómeno como ése, al que la ex columnista de Baby Etchecopar le agregó su voluntad de “no convocar” a Pullaro cuando lo haya vencido, conduciría casi obviamente a deducir un daño grande en la oposición santafesina.

No es eso lo que anticipan, en forma unánime, las encuestas electorales acerca del domingo que viene. La gestión de Omar Perotti roza el 70 por ciento de rechazo y el estudio de la consultora CB, que viene de un acertado pronóstico en Córdoba, le da a la derecha explícita una victoria aplastante sobre un peronismo provincial dividido en varias partes.

Sería una sorpresa enorme que el próximo gobernador santafesino no sea un cambiemita. Y que, en los comicios presidenciales, la provincia no se vuelque a igual opción.

En modo análogo, las barbaridades que se dispensan el alcalde Larreta y la Comandante Pato también son sólo relativamente llamativas.

Tienen todo que ver con las dimensiones “humanas” de la política y no con serias, ni mucho menos graves, divergencias ideológicas.

Bullrich es una esloganera que no para de meter patas y brazos en la cita de números extravagantes, que nadie sabe de dónde saca y que le dan vergüenza ajena a la esfera propia de indignacionistas (¿no tiene un mínimo cuerpo de asesores que la prevengan de decir semejantes barbaridades? Puede ser cuanto de derecha quiera, pero debería haber mucha distancia entre eso y hacer todos los goles con la mano para, al cabo, tener que desmentirse invariablemente).

Usa disparadores escolares y tropieza sin excepciones cuando se introduce en cuestiones de economía, hasta el punto de generar caras absortas entre sus amabilísimos contertulios de la señal televisiva macrista. Pero no le importa y está bien. Tiene un voto asegurado, exclusivamente emocional, al que le interesa un pito las barrabasadas que apunta. Y sabe que está frente a su última oportunidad grandilocuente. ¿Por qué se reprimiría sus instintos primarios, que hasta acá le dan resultados positivos o expectantes? ¿Les afecta, a quienes la votarán, uno de los recorridos más grouchomarxistas que registre la política argentina?

Larreta, sólo en principio, la tiene más complicada. No logra salir de un carisma robótico, si vale la figura. Interpretar al guapo le sale mal y hacerse el modoso centrista es -o parece ser- insuficiente para ganar la interna. Visto de otra manera, debería ser beneficiario de una sociedad embroncada que, sin embargo, tampoco quiere más quilombos. ¿Le alcanza con eso? Y como se quiera, otra pregunta repetitiva. ¿Acaso los votos de una no mudarán al otro, y viceversa, cuando llegue la hora de juntarse contra el peronismo?

Ahí entra además el desguace autoinfligido de Javier Milei, sobre el que tampoco debe perderse la posibilidad de asombro. Una cosa es que en la política de aquí y de todas partes corra plata por debajo de la mesa, aportes jamás declarados, retornos por nombramientos de asesores, etcétera. Pero es cosa diferente que pueda haber un tarifario extendido para ocupar lugares en las listas.

Esto es para solaz y esparcimiento de los medios que crearon a Milei aunque, ni de lejos, debe perderse de vista que sirvió para correr la agenda a ultraderecha, de forma tal que la derecha subsistente pueda ser ganadora en la realpolitik. Esos medios que construyeron a Frankestein son los que pasaron a destrozarlo para sumarle sus votos, presuntamente (muy) devaluados, al frente cambiemita. Con Larreta o con Bullrich. Les da lo mismo.

El tema es impedir el triunfo oficialista, por más que el candidato consensuado allí se llame Sergio Massa.

Reiterado: se supondría que una derecha corporativa inteligente debiera apostar a un postulante, de probabilidades efectivas, con el peronismo adentro. Pero el odio gorila pareciera impedírselo, tal vez ma non troppo. Habrá que ver.

Por el momento, y sin perjuicio de los heridos que dejó sin ambulancia el cierre de, sobre todo, las listas bonaerenses, Unión por la Patria semeja haber entrado en aguas tranquilas. O, al menos, alejadas de la masacre internística.

Quedaron todos adentro.

Sólo restan incógnitas, menores o atendibles, sobre la proyección de Juan Grabois.

¿El kirchnerismo más emocional, alterado por la candidatura de Massa, conseguiría unos puntos impactantes? ¿En la instancia definitoria tendría algún recurso que no fuera votar a Massa y sanseacabó? ¿O no es cierto que es una lista única con dos fórmulas presidenciales, que comparten absolutamente todo lo demás?

Así, Grabois puede ser observado como funcional al esquema de UP. Y también, como alternativa para que los enojados descarguen su bronca en las Primarias. No son variantes antitéticas. Son complementarias.

Luego: Massa es el candidato que ungió o aceptó Cristina. Será un golpe al romanticismo. A la idealización. Pero es así.

Ella dijo innúmeras veces que sabe ser una pragmática. Lo dijo y lo demostró. Y continúa demostrándolo.

El problema, si desea llamárselo de esa manera, no es de ella. Es de quienes (se) leen otra cosa para sostenerse anímicamente. Se admite que suene a comentario psicologista.

Ella advirtió que no sería candidata a nada de nada, y no hubo manera de que se lo aceptase. Se hicieron los rulos con un brío inútil, que mejor hubieran dedicado a asumir la realidad avisada por quien nunca contradijo sus grandes definiciones.

Lo constatable es que UP viene armonizando a derecha e izquierda (es decir, nada diferente a la historia central del peronismo). Lo indesmentible es que Massa juega como presidente de hecho, en el papel simultáneo e insólito de candidato y ministro de Economía en un país con inflación descomunal.

Y este domingo llegó la inauguración del gasoducto, una obra pública impresionante que, en efecto, se terminó en tiempo récord. Que es del Estado. Que de hecho puede servir como realización con precios energéticos-testigo, satisfacer la demanda interna e inclusive exportar a Brasil, donde ya ven con preocupación que los yacimientos gasíferos bolivianos están quedándose vacíos. Es una de esas obras que con Macri, o cualquier sucedáneo, todavía dormirían el sueño de los justos (también de hecho, fue durante el macrismo cuando se la frenó). Quizá no se tenga dimensión de lo que significa.

No está claro en qué redundará la renegociación con el FMI, porque tampoco nadie sabe si Estados Unidos le soltará la mano al interrogante periférico que es la Argentina o si, justamente por su carácter secundario, se sobrestima el papel que desempeña. Por algo todavía no hay viaje de Massa hacia allá. Solamente hay acuerdo cuando viaja la figura que pone el gancho. Lo demás es humo.

No se puede, asimismo, presagiar con certeza si los formadores de precios darán un respiro. O si le producirán a este Gobierno débil un golpe de nocaut, en los momentos precisos.

Por ahora, lo que hay es o sería cierta capacidad de resistencia electoral cuando, hasta ayer nomás, las chances oficialistas se daban como inevitablemente perdidas.

Después, claro, desde una ideologización abstracta puede pensarse que son todos lo mismo.

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