ECONOMÍA

La Anarquía y los Monopolios

La Anarquía y los Monopolios

Por Horacio Verbitsky – 

Mientras en Buenos Aires continúan intensas y opacas negociaciones en torno a la agenda pro-corporativa planteada por el gobierno de La Libertad Avanza, el Presidente Javier Milei tuvo la oportunidad de exhibir su conjunto discreto de ideas en el Foro de Davos, cónclave anual de figuras influyentes de la política y los negocios a nivel global.

El discurso presidencial debió haber sido un insumo importante para enmarcar el sentido del DNU y la Ley Ómnibus que se están negociando: no se reconocen otros intereses válidos que los de las grandes empresas, sin importar si son nacionales o extranjeras. El bien de la sociedad aparece como un residuo de la ganancia empresaria.

Queda claro que en la derecha que no está formalmente en el gobierno no existen las preocupaciones democráticas y republicanas que la atormentaban bajo los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner y de Alberto Fernández. Hoy todo es espíritu constructivo y de colaboración, por más que se pisotee un poquitito la Constitución, el derecho público e incluso lo votado hace unas pocas semanas.

El control de las diversas fracciones del capital concentrado sobre buena parte del sistema político nacional se expresa en que las pretensiones autoritarias y retrógradas del gobierno no encuentran prácticamente reparos en el personal político del pan-macrismo.

Mucho ya se ha dicho –a nivel nacional e internacional– sobre la inconsistencia de las ideas económicas expuestas por el titular del Ejecutivo argentino, la falsedad de los datos históricos citados y el grado notablemente reaccionario de las conclusiones que expresó Milei en su discurso.

Pero vale la pena remarcar algunas cuestiones sobresalientes de una exposición que causó incredulidad y estupor en la mayoría de los actores internacionales que lo escucharon.

En principio, la advertencia mileísta sobre la acechanza universal del socialismo en Occidente –en la medida en que no se adopten sus ideas– y la acusación de que casi todo el espectro político planetario comparte razonamientos colectivistas que preparan el terreno para la implantación de las ideas de Karl Marx, tiene como antecedente histórico concreto el discurso de la última dictadura militar argentina, que denunciaba a todo Occidente –en especial al Presidente norteamericano James Carter– por haber abandonado la lucha sin cuartel contra el comunismo, mostrando una comprensión nula del mundo en que vivía. La Argentina del genocidio inconfesable era el bastión de las ideas de la libertad de Occidente.

El embate contra el Estado –sin otro adjetivo que ayude a establecer una referencia histórica concreta– es una de las piezas arqueológicas más notables emitidas en las últimas décadas por una figura institucional importante.

Milei generó incredulidad y asombro en Davos. Foto: EFE.

Ni los financistas de Wall Street, prolijamente rescatados en 2008 por el gobierno norteamericano, suscriben una visión tan irreal como temeraria del papel del Estado en la economía y en la sociedad. El FMI, a pesar de su monocorde e invariable recomendación de ajuste para todo el mundo periférico, siempre incluye una piadosa recomendación de tomar medidas estatales paliativas destinadas a los sectores más vulnerables. En el propio Foro de Davos se ha discutido extensamente la situación del capitalismo global a lo largo de los años, y ha crecido la idea de que el neoliberalismo tan aclamado en los ‘90 merece correcciones significativas, precisamente en cuanto a los desbordes en materia de desregulación financiera y la ausencia de regulación pública, que entrañan riesgos sistémicos.

Finalmente, la entronización del gran empresario como héroe máximo del sistema es una apuesta ideológico-cultural que tiene sentido en el marco de la tendencia a una desmesurada concentración de la riqueza y los ingresos en una ínfima minoría mundial. Esa concentración es producto de complejos procesos históricos, como la evolución del capitalismo luego de abandonar el período keynesiano, el salto tecnológico de las últimas décadas, la financiarización, la preeminencia política norteamericana en la posguerra fría y la proyección del estilo de consumo occidental –y de sus grandes conglomerados– hacia todo el planeta. Factores todos irreductibles a la capacidad individual de ciertos sujetos. El enorme poderío productivo del sistema mundial y las constantes innovaciones tecnológicas son producto de un trabajo colectivo, organizativo-tecnológico, expresión de una gigantesca división mundial del trabajo que aún no ha sido asumida cabalmente por la humanidad.

Era esperable, en un contexto cultural ultra-individualista, que algunos personajes quisieran atribuirse a sí mismos los méritos del esfuerzo colectivo de la humanidad, pero es penoso que figuras públicas que representan a países se ofrezcan como voceros y publicistas del ridículo narcisismo de algunos accionistas mayoritarios. La confrontación de Milei con los neoliberales en relación al significado de los monopolios devela también los pliegues de la discusión teórica en el mundo del gran capital. Los neoliberales son, en la práctica, pro-monopólicos, porque esa es la dirección del capitalismo histórico en su actual etapa. Sus políticas concretas son pro-monopólicas. Por eso han dejado completamente de lado los derechos de usuarios y consumidores, las políticas de defensa de la competencia y el combate a las corporaciones que detentan posiciones dominantes en los mercados. Pero el neoliberalismo ha mantenido la farsa de ser la continuidad “moderna” del viejo liberalismo, que creía en la competencia como un reaseguro fundamental contra la concentración de poder, los abusos y la explotación el mercado.

Cuando se observa la práctica de política económica de la última dictadura, del menemismo y del macrismo, se hace evidente que todo favoreció el despliegue de intereses monopólicos, y que la competencia verdadera no le importó a nadie. Sin embargo, por una cuestión de respetabilidad social y académica y en tanto relato que pretende convencer a toda la sociedad de sus bondades, los neoliberales mantienen ese discurso formal pro-competencia. Milei viene a transparentar que se gobierna para los monopolios, que está bien que sea así, y que es lo único que importa porque supuestamente generan más riqueza.

Milei sacrifica el mundo encantado –inexistente– de una economía capitalista competitiva al servicio de los consumidores, para plantear en toda su crudeza una ideología pro-monopólica que implica una reconfiguración de todo el imaginario de la derecha económica y política. ¡Que el pez grande se coma a todos!

Una ideología perimida y disfuncional

Pero lo de Milei no es pura teoría. Milei está a cargo de la Presidencia de la Nación argentina. Por más extravagantes que parezcan sus planteos, por más anti-diplomáticos que sean, ya están teniendo efectos. No sólo se trata de una ideología arcaica e inaplicable en una sociedad moderna, sino que los intentos de ponerla en práctica tienen efectos muy disfuncionales sobre nuestro país.

Por ejemplo: se puede discutir si la mejor política internacional para la Argentina es la apuesta al multilateralismo –relaciones e intercambio con todo el mundo– o sólo tratar con Occidente, al viejo estilo de la guerra fría. Pero se entra directamente al campo del daño innecesario provocado por el fanatismo ideológico si se ofende y maltrata a la segunda potencia del mundo, como acaba de hacer la canciller Diana Mondino, jactándose de un encuentro oficial con la encargada de negocios de Taiwán.

Se puede discutir qué había que hacer con las empresas públicas que daban pérdida. ¿Mejorarlas? ¿Aceptar que a pesar de tener pérdidas traían otros grandes beneficios al resto de la economía, lo que justificaba su continuidad? ¿Venderlas a privados para que las gestionen mejor? Ahora, en cambio, se está proponiendo vender las empresas públicas que dan ganancia, lo que transparenta el interés económico verdadero que mueve a la derecha económica y a sus políticos empleados: hay que ceder toda actividad que pueda dar ganancia al sector privado. Al final de cuentas, Menem también privatizó empresas que daban ganancia o que fueron puestas en condiciones para hacerlo en el cortísimo plazo.

Otra obsesión ideológica presidencial es la destrucción de la moneda nacional. ¿Para qué proceder a la dolarización si es mucho mejor contar con una moneda nacional confiable? ¿Son tontos los países que sostienen sus propias monedas, los europeos, los chinos, los japoneses, los coreanos, los brasileños, o lo hacen porque tienen claras ventajas económicas al sostener su soberanía monetaria? Se puede discutir cuál es el mejor camino para tener una moneda nacional estable, pero la obstinación en reemplazarla parte de una ideología extremista y disfuncional. O en todo caso funcional a la destrucción de la soberanía nacional.

La dolarización es incompatible, por ejemplo, con una total apertura financiera como la que se pregona, porque en el entorno de una globalización crecientemente inestable como la actual, la estabilidad de nuestra economía quedaría completamente subordinada a movimientos impredecibles de capitales locales e internacionales, a la fuga constante que realizan los grandes capitales que operan en nuestro país, o a cualquier cimbronazo interno o externo, que tendría el efecto de vaciar en poco tiempo a nuestra economía de los recursos monetarios básicos para seguir operando con cierta normalidad.

Los costos económicos que puede traer el extremismo ideológico de derecha ya se notan en las políticas del Ministerio de Economía y del Banco Central, que apuntan a destruir el ahorro interno existente en pesos y a comprimir drásticamente el mercado interno, en pos de un experimento contraproducente para el bienestar y la estabilidad de la sociedad.

Satisfacciones para pobres y ricos

Mientras nos vamos sumergiendo en el aventurerismo económico y social, es necesario darles algún tipo de satisfacción a los votantes para mantener sus ilusiones y fantasías en pie. El prometido combate contra “la casta” de un gobierno que tiene a Luis Toto Caputo como ministro de Economía, a Patricia Bullrich como ministra de Seguridad y a Mauricio Macri como mentor general, tiene que expresarse de alguna forma.

Así el pueblo tuvo la reconfortante noticia de la eliminación del servicio de café y medialunas en la Casa Rosada, lo que ofreció una generosa compensación por las penurias que se viven en lo cotidiano. Pero por si esto fuera poco, se anunció que si se realizan asados en la Quinta de Olivos los comensales deberán compartir la cuenta: nada de comerse un chorizo con la plata de la gente. Por otra parte, el Presidente viajó al cónclave de Davos en un vuelo comercial privado, y llevó consigo una reducida comitiva.

Todos estos gastos son ínfimos en relación al tamaño del PBI, del gasto público, del déficit fiscal y hasta de lo que gasta una empresa privada importante en tareas similares. Pero, sobre todo, estos “ahorros” son insignificantes en relación al daño económico que la gestión mileísta le hace a la producción nacional, a la pérdida de puestos de trabajo y a las posibilidades de generar riqueza y exportar que tendría el país con una política alternativa.

Sin embargo, por ahora estos gestos alcanzan para mantener la mística de un gobierno “austero” que comparte con su pueblo la miseria que está generando.

Presidente en vuelo comercial, para alegría de Doña Rosa.

Pero también las empresas se ilusionan: mientras las que proveen gas sueñan con un aumento del 350%, las de colectivos sueñan con pasajes de 300, 500 y 1.000 pesos. También las empresas propietarias de viviendas tienen su esperanza: si las dejan poner en el cielo los alquileres, afluirán de a miles los aspirantes a pagar el 70 u 80% de su salario para que ellos puedan tener una buena rentabilidad. Todos acarician estas ensoñaciones en un clima social propicio para la formulación de delirios individuales.

Las alegrías de los votantes mileístas en cuanto a las contundentes victorias contra la casta que les ofrece el gobierno –que, se les dijo, es la causante de todos los males– están destinadas a chocar contra las fantasías desatadas de los sectores propietarios de que pueden hacer de aquí en más lo que quieran con los precios de los bienes y servicios. Remarcan en forma salvaje porque piensan que algún Dios recóndito proveerá para que la gente pueda soportar la catarata desatada de aumentos. Pero resulta que aquella deidad proveedora de clientes, de consumidores, se llama Estado de Bienestar, la bestia negra del Presidente Milei.

Por ahora lo único cierto es que la sociedad se encamina a una situación caótica en materia de ingresos, producto de la insensatez de la política oficial.

La reciente masacre de González Catán, en la que murieron cinco personas, ocurrió en relación a la dificultad grave para el acceso a tierras precarias por parte de población carente de todo. El ominoso episodio de violencia habla de la urgencia de la intervención pública para atender necesidades prioritarias, de las cuales el mercado no se enteró ni se enterará. Necesidades básicas que no pueden esperar a que un héroe corporativo del siglo XXIII se ocupe de ellas.

Sembrando una crisis económica, social y política

Vale la pena, para enmarcar el fenómeno político Milei y sus implicancias concretas, repasar los usos sociales contrapuestos de la palabra anarquía.

El anarquismo, como ideología y práctica política surgida en el siglo XIX, apareció en la escena histórica encarnando un profundo rechazo de los sectores oprimidos contra el autoritarismo de reyes y emperadores, clérigos y papas, grandes industriales y terratenientes. Recordemos que en ese siglo continuaban extendidas las prácticas despóticas de todos los que tenían algún poder sobre el resto. La anarquía era entonces un proyecto social que proponía la emancipación de todas las tiranías, incluyendo también la de los hombres sobre las mujeres. Igualdad y libertad colectiva plena que se lograría después de abolir las instituciones que generaban y reproducían la opresión.

Pero la acepción más utilizada en nuestra sociedad de la palabra anarquía no es la anterior, sino la vinculada a la idea de caos, de desorden. La derecha histórica argentina siempre advirtió contra los agentes del “caos y la anarquía”, que en general eran presentados como extranjeros que venían a promover el desorden en la armoniosa y pacífica sociedad argentina. ¿Por qué extraña razón esa derecha recibe alborozada al Presidente anarco-capitalista?

La voracidad de los monopolios y el gran capital concentrado han encontrado una gran oportunidad en la Argentina, país con un enorme potencial pero que al mismo tiempo se encuentra en un estado de postración cultural, política e ideológica, producto de la compleja historia de las últimas décadas.

El actual gobierno –y aún más si se le otorgan poderes excepcionales por afuera de las instituciones de la democracia representativa– se encamina a generar un cuadro económico y social anárquico, según la utilización más difundida del término. Es que el liberalismo desregulador, irresponsable y cortoplacista por definición, es una causa infalible de caos económico y social en nuestro país.

No es la primera vez que ocurre. Los súper-poderes del ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz, y las reformas liberalizantes irresponsables que promovió, terminaron en la crisis bancaria y cambiaria de 1980 y en la gigantesca intervención estatal a todo el sistema financiero en 1982, para salvar a la economía de un inminente derrumbe de consecuencias imprevisibles.

El liberalismo irresponsable del menemismo siguió hasta que las propias finanzas internacionales le cortaron el crédito al modelo rentístico-financiero que promovió Domingo Cavallo. Fernando De la Rúa y Eduardo Duhalde, contra sus propias convicciones, debieron implementar corralitos y corralones para evitar el caos económico total. Las provincias debieron emitir sus propias monedas por la falta de recursos públicos en la etapa declinante de la convertibilidad, para evitar el caos social que provocaría la falta de pago de los salarios públicos.

Macri, luego de jactarse de liberalizar la economía que “había trabado el populismo”, debió acudir desesperado al FMI para que lo salvara del default externo, la mega-devaluación y la hiperinflación, peligros reales que produjeron precisamente sus liberalizaciones financieras irresponsables.

Ahora Milei intenta una vez más implementar otra aventura extrema, tratando explícitamente de debilitar al único actor capaz de evitar que se produzca el caos privado: el Estado y sus capacidades regulatorias. Es una experiencia sin antecedentes internacionales.

La teorización hecha en Davos por el Presidente twittero sólo puede ser el preludio de un caos por el cual no quiere pasar ningún país capitalista o socialista: la ausencia de regulación estatal. Es una definición existente más allá de las ideologías, que tiene que ver con sanos instintos básicos de las sociedades.

Del cuadro de desorden que se está promoviendo serán responsables no sólo los referentes directos de la actual gestión sino todo el entramado político extra-libertario que le está ofreciendo apoyo, la prensa servil que suprimió el pluralismo crítico, el Poder Judicial amnésico de la Constitución y las leyes, y por supuesto el gran capital que ha construido el DNU y la Ley Ómnibus con sus demandas corporativas excluyentes.

El caos no es un destino inexorable. La Argentina salió de otras situaciones que parecían terminales, y puede volver a hacerlo.

Será necesario para ello que la inmensa lista de agredidos por la actual gestión asuma la gran lección del momento: su futuro particular sólo tendrá lugar dentro de un gran proyecto colectivo, capaz de atacar las causas profundas que están en la base del actual retroceso de nuestra sociedad.

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