OPINIÓN

El genocida civil Vicente Massot le pide más mano dura al Gobierno: “Les falta yeca”, escribió

El genocida civil Vicente Massot le pide más mano dura al Gobierno: “Les falta yeca”, escribió
De la Redacción de Contrapoder –

Vicente Massot, tío de Nicolás y dueño del ultraconservador periódico “La Nueva Provincia”, de Bahía Blanca, acusado de encubrir 35 crímenes durante la dictadura, causa por la fue procesado, criticó “la capacidad de reprimir” de Cambiemos ante las protestas por la reforma previsional. “La respuesta de las autoridades basculó entre la improvisación y la torpeza. En materia de seguridad, el macrismo puede ahogarse en un vaso de agua”, disparó

El artículo completo de Vicente Massot:

El caos y la improvisación

El gobierno tiene dos asignaturas pendientes a las cuales, por mucho empeño que ponga en aprobar el examen, no le encuentra la vuelta. En punto a la comunicación pública en temas de alta sensibilidad social y a la capacidad para reprimir, en tiempo y forma, la toma ilegal y violenta de espacios públicos, el macrismo ha hecho verdaderos papelones en el curso de los dos años que lleva su gestión.

La fallida sesión del pasado día jueves, más allá de los muchos otros motivos que podrían enumerarse a la hora de encontrarle una explicación al caso, fue el resultado de no saber cómo presentar el cambio en el régimen jubilatorio a una ciudadanía naturalmente inquieta. Pero, además, el macrismo acreditó una notable falta de pericia —de yeca, para ilustrar la cuestión con base en los fundamentos del lunfardo— cuando hubo que preservar el orden dentro y fuera del Congreso Nacional.

Que se sepa nadie de la administración de Cambiemos atinó a reaccionar ante una situación que comenzó a complicarse de manera acelerada, en términos de la opinión pública, ni bien el proyecto obtuvo la media sanción del Senado. Cualquiera, con un mínimo de cintura política, debió darse cuenta de que las críticas enderezadas contra la Casa Rosada, no de parte de Horacio Verbitsky y de Agustín Rossi, sino de Mirtha Legrand y Susana Giménez, trasparentaban un malestar que llegaba a los aliados naturales del oficialismo. Es cierto que ninguna de las dos divas mencionadas sabe una jota del asunto en cuestión —como tampoco las decenas de animadores de la farándula que, con una liviandad bien argentina, se han cansado de hablar de lo que no saben, a la manera de los monos sabios. Claro que también es cierto que esos programas son vistos por millones de televidentes.

A Marcos Peña y a Jaime Durán Barba, que tanto se jactan de su expertise en las redes sociales y en las nuevas formas de hacer política, parece haberles pasado desapercibido que el gobierno necesitaba un vocero —llegado a un punto, debió ser el mismísimo presidente de la República— capaz de transmitir con claridad, a la gente, de qué trataba la reforma y por qué resultaba necesaria. Sobraban argumentos para enhebrarlos en forma didáctica, con el propósito último de que pudiesen ser captados, sin dificultad, por Doña Rosa. En cambio, los que se lanzaron al ruedo resultaron entre cómicos y patéticos, con apenas una excepción. Unos se perdieron en explicaciones técnicas, de suyo incompresibles para la gran mayoría de los argentinos. Los otros, lisa y llanamente dieron lástima. Conclusión: cuanto hubiera podido presentarse en términos convincentes, pareció el capricho de una administración insensible ante las desgracias de los viejos.

En semejante contexto, el relato quedó en manos del kirchnerismo, de las distintas facciones de la izquierda criolla y de los así llamados movimientos sociales. Planteadas las cosas en el mejor terreno posible para ellos, era lógico que moviesen hostilidades contra el oficialismo y sus aliados peronistas no sólo en la calle sino también en el recinto donde los miembros de la cámara baja debatieron los proyectos correspondientes. Hubo, en realidad, un ejercicio acotado de esgrima prerrevolucionario. Existió un plan, debidamente orquestado y puesto en práctica, a los efectos de sembrar el caos y solicitar que se suspendiera el tratamiento de la ley. El jueves lo consiguieron. Cinco días después, volvieron a la carga sin éxito.

No es del caso relatar, con algún pormenor, cuanto aconteció. A esta altura lo sabemos todos, aunque conviene poner de relieve que las asignaturas arriba señaladas siguen pendientes. Entre aquel jueves y ayer, cuando finalmente se aprobó la reforma, el gobierno apenas logró frenar la embestida de la izquierda maximalista en las calles de la capital federal después de cuatro horas de desmanes; y explicó, tarde y mal, de qué reforma estaba hablando.

Consiguió los votos imprescindibles para ganar la pulseada en el hemiciclo parlamentario extrayendo de la galera del mago el bono compensatorio que —por única vez, en marzo— le pagará a unos diez millones de personas. En paralelo, redobló la apuesta con los gobernadores del PJ —que requerían de los fondos que le fueron prometidos en el Pacto Fiscal tanto como al gobierno le era menester contar con sus votos— y sus respectivos diputados.

Dejando algunos jirones menores de su integridad en el camino, la Casa Rosada ahora tiene el instrumento que tanto buscó y tanto le costó conseguir. De la batería de medidas impositivas, laborales y previsionales que presentó el Poder Ejecutivo con el afán de convertirlas en ley, sólo el referido a la clase pasiva era fundamental para sus planes. Las demás podían ser negociadas y, en el camino, quedaron desflecadas. Con la nueva fórmula previsional Macri no podía dar marcha atrás y de hecho, en su desesperación, pensó inclusive en un decreto de necesidad y urgencia que luego —frente al veto explícito de Elisa Carrió y a los problemas acuciantes de caja de los gobernadores justicialistas, que entraron en razones— quedó como un borrador echado al cesto de los papeles.

Que el espectáculo que presenció el mundo en estos días de furia resultó vergonzoso es una verdad digna del viejo Perogrullo. No fue la primera vez que algo así ocurre en torno del Congreso y no será la última, en atención a lo caldeado que están los ánimos y a la intolerancia de quienes desean desalojar a Macri de Balcarce 50. La famosa grieta —de la cual tanto se habla— quedó reflejada, como pocas veces antes, en los desmanes que se produjeron en Buenos Aires y en la toma —esta sí, inédita— de la Legislatura bonaerense. Basta leer cuanto circuló en las redes sociales durante el pasado fin de semana para tomar cabal conciencia del grado de irracionalidad y de violencia que cruza a la sociedad en diagonal.

Tamaña muestra de odio, puesta de manifiesto por activistas en el centro urbano de la capital, era previsible. La respuesta de las autoridades —como es ya costumbre en este gobierno— basculó entre la improvisación y la torpeza. ¿A quién se le puede ocurrir, después de lo visto el jueves 14, cargar sobre las espaldas de una fuerza novata, sin experiencia y con uniformes que semejan disfraces, el peso de la represión? Para colmo de males sus integrantes fueron desarmados por la orden de una jueza y resultaron sobrepasados desde el comienzo de los incidentes. Debió, entonces, echarse mano de la Gendarmería y de la Policía Federal, decisión que era menester haber tomado antes. En materia de seguridad el macrismo puede ahogarse en un vaso de agua.

Quien suponga que en las últimas dos semanas —poco más o menos— lo que se ha debatido entre nosotros ha sido un paquete de reformas adelantado por el gobierno y llevado a las dos cámaras del Parlamento, o es un ingenuo o es un ignorante. En un país con instituciones enclenques, sin peso y sin encarnadura en las cosas, lo que se halla en debate es el poder desnudo. Hasta la próxima semana.

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